Comentario del editor:
En verdad, las relaciones políticas y sociales en este país se han basado generalmente en un tipo de comunicación de un solo lado, ya sea vertical u horizontal, pero casi siempre de un solo lado.
El caudillismo y el autoritarismo son una forma de expresión de este mal, tan peruano como latinoamericano.
De ahí que haya sido más fácil en las sociedades de este lado del mundo acumular conflictos que resolverlos, porque, entre otras cosas, unos no han querido tener a nadie al otro lado de la mesa, y otros, incluso teniendo delante a alguien, no han sabido ni han querido saber quién era.
Así, cada concertación surgida en el país se pareció al descubrimiento de la pólvora. Hasta sobrevino en el tiempo el clásico eufemismo de que conversar no era pactar. ¿Es que pactar políticamente, si se hacía a la luz pública y desde posiciones claras y definidas, podía avergonzar a sus protagonistas?
Ya pasaron cinco años y el Acuerdo Nacional, por ejemplo, sigue siendo algo en lo que creemos y no creemos al mismo tiempo. Nos inspira confianza y desconfianza. Todos sus lineamientos de mediano y largo plazo nos parecen estupendos y dignos de mantenerlos como compromisos de Estado. Sin embargo, cuesta demasiado aterrizarlos en el día-día gubernamental; es decir, ponerlos en marcha ¡ya! Es que, en el fondo, no somos capaces de creer que hemos sido capaces de acordar esos compromisos.
Cuando Jorge del Castillo invita a los empresarios de la minera Yanacocha y a la descontenta comunidad cajamarquina a sentarse con él a una misma mesa de diálogo, hace lo que es inusual en el país: negociar una solución y no imponerla.
Y no importa que la negociación no haya dado todos los resultados esperados. Hay negociaciones y negociaciones, comenzando por esta última, difícil y compleja, que nos demuestra que desde y frente al poder político los peruanos tenemos que empezar a conocernos mejor hablando y discutiendo, antes que solamente mandando y obedeciendo.
¿A quién tenemos al otro lado de la mesa?
Esto es lo que fundamentalmente tienen que saber los interlocutores en todo diálogo, sea conflictivo o no. De lo contrario, estaremos siempre ante una pantomima cualquiera.
El primer ministro ha puesto en práctica una metodología de manejo de conflicto social de la que tienen que aprender él mismo y el resto del Gobierno, así como el empresariado y la clase política y laboral en general.
Es decir: sentarse a una mesa de diálogo sabiendo a quién se tiene delante de sí y con qué agenda.
Fuente: El Comercio – OPINIÓN
Fecha: Sábado 2 de setiembre de 2006